lunes, 16 de agosto de 2010

ORGULLO HUEHUECHO



Víctor García Vázquez.


Estudió la Licenciatura en Lingüística y Literatura Hispánica y la Maestría en Literatura Mexicana. Ha publicado los siguientes libros: Mujer de niebla (Premio Nacional de Ensayo 2001); poesía: Raíces de tempestad (Editorial Daga, 2001); Tejidos (Lunarena-BUAP, 2003). Ha sido antologado en Puebla, la ira de Dios (Secretaría de Cultura de Puebla, 1999); Espiral de los latidos: poesía joven de la zona centro del país (Fondo Regional para la Cultura-CONACULTA, 2002); Sirenas y otros animales fabulosos: antología poética (Poesía en el andén, 2006); Miscelánea erótica (BUAP, 2007); La luz que va dando nombre: veinte años de la poesía última en México, selección de Alí Calderón (Secretaría de Cultura de Puebla, 2007); y en el libro de ensayos Aristas: acercamiento a la literatura mexicana (BUAP, 2005).

Publica crítica literaria en diversas revistas y periódicos nacionales. Tiene una columna de comentario literario en el periódico Síntesis. Ha participado en diversos encuentros de poetas y en lecturas en diferentes estados del país. Ha impartido talleres de poesía en Tlaxcala, en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y en el TEC de Monterrey.


La poesía es mi machete
Mi infancia fue una selva tropical y un machete; una familia numerosa y una soledad inabarcable; un aguacero de mitos y leyendas y un almácigo donde cultivábamos el lenguaje. Mi infancia no estuvo llena de odios ni rencores, no conoció la vanidad ni la avaricia, ni la ambición ni la violencia; sólo el miedo habitó mi infancia: el miedo a quedarme callado, a tragarme las palabras, a indigestarme de vocablos. Aquella selva tropical me heredó aromas, colores, onomatopeyas… El machete me sirvió para formarme una idea del ritmo y de la forma: a machetazos firmes he tratado de educar mi torpe oído. En la casa paterna éramos tantos hablando al mismo tiempo, que nunca pudimos escucharnos. Escribir es escucharse a uno mismo antes de hablarles a los otros. La lluvia de leyendas fertilizó en el limo de mi memoria y cada día florece en mi lenguaje. Escribo poemas para alcanzar al ser humano; escribo versos para hallar al otro que soy, al otro que quiere ser mi hermano. Nada persigo con la poesía sino a la Poesía misma. No anhelo escribir el gran poema sino un Poema verdadero. Escribo poesía porque tengo miedo del silencio, porque hay una selva que ya no cabe en mi memoria y un ruiderío sonando en mi cabeza.


Poética
Arte poética
Torpe y trémulo el trote de mi penco
Siempre terco para saltar las trancas
Si fuera el Zaino de Agua Prieta
o al menos el Moro de Cumpas
yo podría galopar por las llanuras del poema.


Pero a este triste y atarantado cuaco
sólo lo motivan las potrancas.
Si relincha es sólo por los estragos del estro
Si trisca sus cascos y zarandea sus tiesas crines
es porque presiente cerca el estampido de la recua.
Nunca ha llegado primero en las carreras
tampoco ha sido primor ni prodigio en exposiciones.

No conoce el oropel de los trofeos
mas puede trajinar cuando le cargo leña

Sabe mi jamelgo que no es un carrusel la vida.
Yo trato siempre de motivarlo
Le trinco duro los ijares

Le trenzo las tiesas crines y le truezo la cola
que nada le estorbe cuando trote
que nunca trastabille entre las piedras.

No le permito que se estrese o entristezca
aunque tenga que leerle romances o corridos de caballos.

Terco y torpe mi corcel de palo
Su único triunfo y entrega es el trote
Tomo entonces su rienda
y trotamos
trotamos
trotamos.

Mi muerte será como la de Patroclo:
anunciada por un treno de caballos.



LA COCHA ENFRENADA Y YO: el 26 de diciembre, alrededor de las 6 de la tarde, estaba sentado en la banqueta de la casa, enchorado, recibiendo el viento fresco que siempre nos alivia de los dantescos calores de Escuintla. Estaba tranquilo, pensativo, haciendo dibujos surrealistas en el piso de tierra con los dedos del pie derecho. En eso pasó un primo criollito. Ideay primo, qué pué, tá duro el calor, no? Yo respondí efusivamente sus saludos y nos enfrascamos en un impreciso diálogo sobe el clima, la cosecha de mango, el pleito de los bolos en navidad y otras cosas que se apishcaguaron en mi memoria. Después de 20 minutos de diálogo, mi interlocutor me hizo la propuesta que desde hacía rato traía dispuesta: primo, vamo´a echarnos unas frías, namás pa´el calor. Como dice un cuñado, al sordo le dijeron: fui a ponerme mi guayabera, mi pantalón y nos encaminamos a la cantina El barquito, la cual abandonamos después de media docena de cervezas; de ahí nos fuimos onde Cachomocho. En menos de una hora nos acabamos un cartón. Yo ya me sentía bien bolo, pa´qué es más que la verdad, pero mi primo Obdulio tenía ganas de seguir la fiesta. Peráme tantito primo, me dijo, y fue a platicar con una de las muchachas que estaba recargada en la barra, a quien después de llegar a un trato, tomó de la cintura y se encaminaron a uno de los cuartos: este verga YUYO se fue a picar, y ya me dejó solo, pensé. Lo estuve esperando durante una hora pero no volvió. Vi mi reloj; ya eran más de las 12:00. Así es que pensé que era momento de irme a dormir. Me fui caminado despacio, todo me daba vuelta; tenía ganas de revesar; y la oscurana no me dejaba ver dónde ponía los pies.

Antes de llegar a la casa de doña Juana Javalois, noté que un bulto se acercaba; crucé la calle y me trepé a la banqueta de don Rafa Vázquez, pero al mismo tiempo el bulto ese se me acerba como decidido a embestirme. Hey hey, júe júe, empecé a gritar como queriendo llamar la atención, pero el animal se me acercaba moviendo espeluznantemente la trompa de derecha a izquierda, echando espuma por la boca y emitiendo un sonido que aún me causa escalofríos: ojj ojj ojj ojj. Cuando ya la sentí cerca empecé a gritar: doña Manuela háblele a su cocha, ña manuelita mire a su cocha no me deja pasar. Eran tan desesperados y desesperantes mis gritos que varias personas salieron a ver de qué se trataba. Qué es, qué te pasa me preguntó una señora semidormida a quien no reconocí. Una cocha no me deja pasar, le dije, voy pa´mi casa pero la cocha me estorba el paso. Se me acercó don Rafael Vázquez con un machete en la mano, y me va dando una cinchiza con el canto del machete que todavía hoy me duele al sentarme. Con muina, pero con decisión, me asestaba cada uno de los cinchazos del machete, al tiempo que me decía: Re pendejo, por bolo, por andar tragando mierda; eso que se te apareció es la COCHA ENFRENADA; ojalá te hubiera llevado esa tu madre; eso es pa ´que aprendás. Andá a embolarte más, re pendejo. Plin plin hacían los machetazos en mi erizada piel, pero no me dolía. Desde ese tiempo ya no bebo, por miedo a que me agarre otra vez la COCHA ENFRENADA.